Cristóbal Ruiz Gaytán Trujillo

La escena es icónica: El niño despreciado por sus tíos ha sido llevado a la fuerza hasta un lugar remoto. Cientos de cartas fueron traídas a él, pero fue inútil, ninguna estuvo en sus manos. Los tíos creen haber triunfado, podrán seguir haciendo lo que quieran con el muchacho, tratarlo mal, usarlo para la limpieza, burlarse por gusto y envidia… Entonces un gigante derriba la puerta. La lluvia se escucha fuera de la choza, en la que el gigante apenas cabe. Cada paso que toma hace temblar la chimenea que exhala el poco humo de la fogata. El sillón se dobla con el peso del gigante. Los tíos observan desde una esquina, aterrados. El niño maltratado no teme, se le acerca. El gigante lo mira y le dice: Eres un mago, Harry.

La figura del elegido es una recurrente desde el inicio del arte literario. Paris es el elegido para que Troya subsista a la invasión griega en La Ilíada, de la misma forma que Neo, tres mil años más tarde, sería el elegido para llevar a la raza humana hacia un futuro más brillante en Matrix. Es extraño que un arquetipo literario se mantenga vigente tanto tiempo. El hecho de que la misma historia nos siga fascinando una y otra vez dice mucho de nosotros como humanidad.

Por ejemplo, aquel elegido casi nunca sabe sobre su deber. Siempre resulta para él una sorpresa. En caso de saberlo, la historia suele tomar otro enfoque, usualmente en torno a no querer ser el elegido, y su camino a tomar conciencia de su importancia en el plano de la historia. Además, debe ser sencillo. No puedes escribir un personaje complejo en ese rol porque la audiencia debe identificarse, debe sentir que todos podrían ser elegidos llegado el momento. En tercer lugar el elegido debe tener serios problemas en su vida ordinaria, que son resueltos (o casi resueltos) cuando se convierte en lo que estaba destinado. Pueden ser problemas en casa, en una relación, o incluso conflictos personales (en El señor de los Anillos Aragorn no quiere ser rey, pues cree que el poder lo terminará corrompiendo, aunque esté destinado a ese cargo) pero esos problemas deben ser reemplazados por otros más complejos, como la responsabilidad por encima de la felicidad propia, o la libertad individual comparada con el bien colectivo.

Un antropólogo podría decir que este arquetipo es exitoso gracias a las conexiones religiosas que nuestro cerebro forma, después de todo en casi todas las religiones el destino forma parte importante de su mitología: Thor estará en el Ragnarock, Quetzalcóatl volverá al mundo y Jesús regresará para el juicio final.

Pero me gusta creer que esta historia, contada tantas veces con pequeñas variaciones, nos atrae porque habla de nuestra fantasía más humana, y una de las más tristes también: queremos ser más, pese a estar atados a nuestra condición mortal. Soñamos con salir de nuestra realidad, con escapar de nuestro mundo y descubrir que todo sufrimiento tuvo un objetivo más grande, que nos enseñó a ser mejores, que gracias al dolor podremos completar nuestro destino.

Es una de las cualidades más poderosas del cine, no sólo dejarnos ver otros mundos; un buen largometraje nos hace vivir otra vida, sentir desde otra piel la realidad que nos rodea, y a eso lo podemos conocer como magia, la magia del cine.